En la soledad de mis almuerzos percibí esa leve inclinación de la silla desbalanceada, en ese momento en que te suspendes en el aire. Dio vueltas mi cabeza. Mareada, en ese instante, sin nadie que pudiera sostenerme, me vino la adrenalina con challas y serpentinas. Un movimiento involuntario provocó una maremoto de jugo de naranja y un granizado de arroz primavera. El sonido provocado por los cubiertos y platos anunciaban la llegada de la observación. Entonces mi cara se mimetizaba con mi cabello. Lo había perdido todo, mi estomago se taimó, mi ropa reclamaba los daños, mi cara no sabía donde esconderse... sin ayuda alguna abandoné a todos los granitos de arroz repartidos por el piso junto a la mirada atónita de los satisfechos.