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viernes, 22 de octubre de 2010

Los visitantes

Prontamente se acerca una embarcación, allí va una joven y su pequeño hijo, el hijo le pregunta a la madre si acaso el agua de mar se podía beber, la madre le contestó que no, porque podría hacerle daño. El niño sólo asintió. Nada más, media hora, y estaban todos en tierra. Los pasajeros con sus equipajes adornaban la costa soleada, las familias, los enamorados y los viajeros solitarios en busca de aventura, arribaban a la boca del lobo.
Las tiendas de artesanía mostraban sus productos decorativos y novedosos. Las vendedoras poseían una sonrisa que limitaba con lo falso, como un comerciante fracasado intenta vender un producto que ya nadie quiere. La bahía se veía tranquila y lo era, o por lo menos de eso nos intentábamos convencer. El servicio hotelero poco desarrollado en la zona acogió a nuestros visitantes con promociones, descuentos, ofertas convenientes que cualquier persona con habilidad para los negocios lo consideraría toda un ganga. Las hospederías no eran del todo malas, pero no se pude decir que eran cinco estrellas. La vida aquí carece de lujos, sólo tenemos lo necesario, lo suficiente para sentirse cómodo.
Esa tarde, los visitantes se dedicaron a conocer el lugar, la joven madre y su hijo se dirigieron a la playa al igual que tantos otros turistas que llevaban sus tablas de surf para practicar y disfrutar de las fabulosas olas, o  las familias, que construían castillos de arena en la orilla.
El niño, no llevaba balde ni pala para construir uno de esos castillos, no traía pelota, podría hasta decir que no poseía juguete alguno, él estaba absorto en el mar, en las olas, en los rayos de sol que se reflejan en el agua salada, estaba solo con su madre. Ella miró fijamente al niño, no era una mirada de madre, ella no estaba preocupada por su hijo. Lo miraba como examinándolo, estaba casi hipnotizada mirando su perfil, sabía que algo andaba mal con el niño, el temor se apoderó de ella, sentía que el sol la abrumaba y que la arena formaba una gran horno bajo sus pies. Inmediatamente tomó al niño de un brazo y lo arrastró firmemente por la playa, él no se quejó. Cuando llegaron a la cabaña, la joven tomó un baño de agua fría, se sintió aliviada, y así, más calmada, cerró los ojos, los mantuvo cerrados por un par de minutos cuando algo la obligó a abrirlos.Su hijo estaba allí, mirándola, con toda su atención en el rostro. La joven aterrorizada alzó un brazo y lo empujó tirándolo al suelo, luego se puso una toalla y le gritó.
En la costa, las personas disfrutaban del paisaje, bebían jugos naturales y comían las delicias de la gastronomía local. Se acercaba rápido el atardecer y las familias abandonaban la playa, el lugar de juego que las mantenía ocupadas toda la tarde, con esto, comenzaban a llegar las parejas, los jóvenes románticos que deseaban besarse en la puesta de sol, para luego ver las primeras estrellas que se asoman en el azul eléctrico del cielo a esas horas.
En la cabaña la joven madre observaba en reloj, su hijo estaba dormido en la habitación destinada para él. Esperó. Las cuatro horas se hicieron eternas, Ella sudaba, no sabía si lo que estaba a punto de hacer era lo correcto, pero la intuición se lo decía fuerte y claro: "Mata al niño". Era su hijo biológico, ella lo había visto nacer, creía que le pertenecía o que era una parte de ella misma, sin embargo, ya no podía sentir eso, algo había cambiado desde que su marido, padre del niño, se escapara de casa con otra mujer sin dejar rastro.
Mientras pensaba en el desenlace fatal de su hijo, se dio cuenta que había llegado la hora, se le aceleró el corazón, estaba tan asustada que se movía con dificultad. Cuando llegó al dormitorio de su hijo, sintió que un frío le recorría la espalda, pero ella no se detuvo, tomó al niño en sus brazos y caminó en dirección a la playa. El aire marino la atraía, el viento le precipitaba el paso. Evitaba mirar al pequeño que tenía en sus brazos por que le abordaba una sensación de tener al diablo mismo en su regazo y eso la hacía enloquecer, podría haberlo tirado al suelo y correr kilómetros, pero sabía que eso no acabaría así. La joven llegó a la orilla, su hijo dormía con una paz sobrenatural, ni siquiera se le oía la respiración y estaba blanco como el papel. Ella en casi un acto reflejo se introdujo con él al agua y lo sumergió con todas sus fuerzas. Naturalmente el niño despertó de su sueño y en su desesperación intentaba sujetarse de las piernas de su madre para subir a la superficie, pero la madre le azotó la cabeza con una piedra que había en el fondo por lo que el pequeño dejó de moverse y ella fácilmente pudo cometer su crimen dejándolo el tiempo suficiente bajo el agua para asegurarse de que realmente estuviera muerto.
A la mañana siguiente, encontraron al niño muerto en la bahía, la policía acudió a la cabaña de la mujer, madre del pequeño, pero ella se había suicidado colgándose de una viga en uno de los dormitorios de la cabaña. Los turistas se conmocionaron con la noticia, se sorprendían y comentaban el homicidio. Mientras que nosotros, sólo nos mirábamos y callábamos, sabíamos lo que estaba sucediendo. En este lugar los principiantes no evaden la muerte.
El espeso aire marino se introduce con violencia en los pulmones y luego corre por las venas oxigenando tu mente de ideas, los músculos se paralizan y el corazón se acelera. Es por eso que nadie viene por aquí. Sólo llegan los escépticos y los ignorantes que sin querer se ahogan en sus propios miedos dando lugar a la vieja leyenda de la bahía. Y me doy el lujo de  apostar que los pasajeros de  la embarcación que acaban de arribar, no duran más de tres días...

sábado, 16 de octubre de 2010

¿Cuánto tardas en llegar?

Ahora, el beso que no llega, tu mirada envenena el vaso líquido que me estoy por tomar. Un aderezo, es la magia del beso que tarda en llegar. No más contar en la vigilia de la fachada de mi rostro. Salimos, vamos, volvemos, hablamos, cantamos, nos encontramos y me voy. Peso de pluma, tarda en llegar al suelo. El cuadrado de lados infinitos sometiendose a las vueltas en su propio eje, no sigo agregando espanto. Si así es eterno, jugaremos por siempre a decir no, o a escalar la superficie plana hacia el norte, donde me encontraba diciéndome ¿bañaré algún día la luna desnuda en los cabellos de un sauce? o ¿era al revés? No importa, es el en una, pero nadie entiende. Soy en contra de todo. ¿ Me perdonas la poca franqueza? es el aderezo tierno, ovillado de la más pura cepa, si usted quiere no callaré, las afirmaciones podrían limitarse y volverse un asunto mucho más digerible que el asiento de la plaza al doblar la esquina, tu aquella esquina, donde estuve la última vez bombeando tu corazón con esa calma y lejanía maldita propio de lo que tarda en llegar.